Cuenta Charlie Aponte que un día su nieto Frederick se montó en su guagua cargando un envase de los que típicamente se usan para las ensaladas. El menor se ubicó y seguido le pidió, ‘Pónme a Andrés’. El abuelo ya sabía lo que le pedía: El tema A mí me gusta mi pueblo, del cantor Andrés Jiménez.
Frederick tenía entonces unos dos años y el ritmo con que tocó aquel envase de inmediato le dejó saber que tenía marcada la clave al ritmo de quien lo lleva en la sangre. “Eso no es normal a esa edad, o sea, que nunca se salga de ritmo”, compartió asombrado el abuelo de 11 nietos.
“Yo creo que él empezó a llorar en clave”, continuó Charlie. “Ya al año y medio se pasaba dándole a todo, todo el tiempo”.
Lo que está observando el salsero en su nieto, esa fascinación genuina, inocente y natural por la música, es lo mismo que vivieron sus hermanas con él, cuando siendo un adolescente de 14 o 15 años comenzó a cantar en el Toledo Night Club a cambio, muchas veces, de un plato de comida.
“A mí nadie me metió miedo”, afirmó. “Al contrario, mis hermanas me cuidaban muchísimo y cuando tenía cierta edad, 17, 18, que es la edad difícil, en los veranos no me dejaban en la calle, me ponían a trabajar. Trabajé en screens, en rejas, en laundry, montando tablillas… Entonces pienso que con él tenemos que hacer lo mismo, darle su oportunidad, ayudarlo, y explicarle”, expuso.
Son varias las coincidencias en los inicios de ambos, aunque Frederick está más dirigido a la percusión. Recordó Charlie que solía coger los lápices y se ponía a tocar en el pupitre, ganándose los regaños de las maestras. Lo mismo le pasó al nieto.
“En quinto grado, en el salón cogía los dos lápices y empezaba a tocar en el pupitre y la maestra le decía a mami que interrumpía la clase, porque me pasaba tocando”, contó Frederick Morales Aponte, hijo de Soraya, una de los cinco retoños del intérprete del nuevo tema “El último romántico”, compuesto por Rafi Monclova con el arreglo de Ramón Sánchez.
El talentoso preadolescente estudia en la Escuela Especializada en Música Jesús T. Piñero en Cidra, donde goza de tener como maestro al percusionista Manolito Rodríguez. Además de su innegable habilidad -lo que se pudo apreciar ampliamente en su participación en el reciente concierto de Andrés Jiménez en el Centro de Bellas Artes en Caguas-, Frederick busca sus propias oportunidades para hacer sonar el timbal.
Fue tocando por cuenta propia en el negocio El Limón que le regalaron su primer instrumento.
Las emociones que experimenta cuando se presenta ante un público van del miedo a la felicidad, según expresó, “pero me siento cool, porque me gusta”.
Por ahora su norte está fijado en la percusión, en tener su propia orquesta, aunque también le gustaría aprender a tocar piano. “Cantar no se me da muy bien”, reconoció con candidez.
Su abuelo le aconseja que no se puede rendir, “que tengo que seguir, que siempre estudie, que si necesito algo, que le diga”. No es para menos. Ahora a Charlie le toca regalar lo que su familia hizo por él, cuando perseguía un sueño que ronda los 60 años de trayectoria.
“Yo más orgulloso no puedo estar. La cosa es que él lo ama. Dondequiera que estamos, siempre hay música, siempre hay baile… Le explico que por ahora se divierta, que estudie, y cuando esté más maduro, que se desarrolle, (que escoja). Conmigo hicieron eso, yo hice eso, me divertía con la música”.
Rosalina Marrero-Rodríguez