Había una vez un adolescente que disfrutaba de cantar y bailar al escuchar la música.
Su gusto musical abarcaba todo tipo de género. Aprendió de su padre a disfrutar de Los Panchos, Los Condes, Daniel Santos, Gilberto Monroig y muchos otros cantantes de la época.
Su curiosidad por la música era tal que se enamoró del Rock and Roll, los cantantes de La Nueva Ola, La Fania, Ismael Rivera, Richie Ray y Bobby Cruz y El Gran Combo, entre otros. En fin, este adolescente era un fanático de todo lo que fuera música.
Entre los salseros, ese adolescente admiraba a un pequeño trovador que formaba parte de lo que sería eventualmente una institución de la música tropical. Su timbre de voz, sabroso, poderoso y elegante, lo distinguía entre los demás.
Era el cantante de una orquesta dirigida por un privilegiado pianista. Su sonido particular lo enamoró y desde ese entonces “La Selecta” se convirtió en una de sus orquestas de salsa favoritas.
Rápidamente boleros como Dueña y Señora, Payaso, y ritmos como Café Colao, Voces de África, Te arrepentirás y Jíbaro soy se convirtieron en sus favoritos.
La Cuna Blanca pasó a ser la canción himno de despedida para aquellos que perdían a un ser querido.
Donde quiera se bailaba al ritmo de Raphy Levitt y la Orquesta La Selecta, vocalizando Sammy Marrero. Esa poderosa hermandad y amistad entre músico y cantante era el sello de garantía de una institución musical exitosa.
Sammy y Raphy estaban hechos el uno para el otro, tanto así que a veces el público confundía quién era quien.
La partida del maestro Levitt fue un golpe duro para la música tropical. Y cuando pensábamos que su hermano Sammy podía continuar con el legado que ambos trabajaron con amor y devoción surge un abismo con la viuda de Raphy que lleva toda una obra maestra musical a un litigio triste, penoso, doloroso y en cierta forma absurdo.
Un litigio que ha destrozado el corazón de los fanáticos, de los miembros de la orquesta que dieron su vida en cada trasnochada y de Sammy Marrero, un ruiseñor que entregó su voz, talento y hasta sus versos para su gran amigo y hermano. Un ruiseñor que tuvo muchas oportunidades y ofertas para ser parte de otros proyectos, pero prefirió ser leal con los suyos.
Tuve la oportunidad de compartir brevemente con Sammy. Su menudo cuerpo encierra un corazón enorme. Me habló de épocas hermosas, noches de música y baile y del gran y profundo amor que aún siente por Raphy, sus compañeros, la música, el público y La Selecta.
Y aún en las diferencias también mostró respeto y cariño por la familia Levitt.
Hoy no podemos escuchar esos grandes clásicos en la radio, en el trabajo de otros grupos musicales, ni en la voz de ese ruiseñor que por más de cuarenta años fue fiel y leal.
Hoy veo a Sammy Marrero con esa eterna sonrisa dulce, de jibarito humilde, pero que esconde un gran dolor y frustración. El tiempo pasa y le va en contra y Sammy solo ha vivido para cantar.
Al ruiseñor le han cortado las alas y su voz ha sido acallada.
Ojalá no sea demasiado tarde. Ojalá que pueda reinar el sentido común, la sensatez, el agradecimiento y el amor. Raphy, Sammy y los músicos se lo han ganado.
De pronto vienen a mi mente los recuerdos de esos años de adolescencia y dos versos de hermosas canciones. De La Cuna Blanca, “Se ha escapado un angelito”… Sammy es ese angelito.
De Dueña y Señora, “Cuidado porque creo que se equivoca. Si usted quiere borrarme de su historia con gusto yo la complaceré… ¡Complacida!”.
Elwood Cruz