Willie Colón y Rubén Blades: “Se ven las caras, pero nunca el corazón”

Supe de la existencia de Willie Colón y Rubén Blades ya bien entrados los años ochenta. Y fue cuando mi papá me hizo oír Siembra, un álbum que, como he dicho varias veces, me impactó tanto que no solo marcó mi gusto musical, pues, además de esa ecléctica y poderosa manifestación de influencias con una percusión agresiva, unos potentes trombones, un piano montunero sabrosísimo y un bajo completamente funkero que me llevaron a un nuevo mundo musical, tenía unas letras contundentes y una clara intención política que me transmitió inmediatamente rebeldía, esperanza y un sentido de solidaridad que siempre he considerado muy valioso.

Por eso las críticas a las dictaduras militares que pululaban en el continente (“Nicaragua sin Somoza”), respeto por el sincretismo y la resistencia cultural en María Lionza, las sátiras contra el arribismo y la superficialidad de la gente “plástica”, y el llamado a la unidad latinoamericana para “un mañana de esperanza y de libertad”, porque “siembra y siembra, tú verás” fueron para mí contundentes. Y, claro, ahí también estaba Pedro Navaja, una pequeña historia (“fononovela” le llamaría Willie Colón) que me impactó tanto que, de verdad verdad, años después resulté investigando las historias de muchos bandidos y rebeldes que han marcado, con sus orígenes, contextos, actuaciones y efectos, a gran parte de la sociedad.

Así que, luego de descubrir Siembra, ya no solo oiría la salsa de Niche y de Joe Arroyo (y de Fruko y sus Tesos), sino que me volcaría -entre otras, claro- sobre la obra de esos dos notables artistas que también me causaban curiosidad por una pinta que se asemejaba a la de los rebeldes barbudos de los sesenta, los “malotes” de barrio de cualquier época o incluso de algunos oficinistas setentudos (no setentones).

Por eso pasó poco tiempo para que me deleitara con los sonidos novedosos de Metiendo mano, la exuberancia sonora y lírica de la ópera Maestra vida y las proclamas antiimperialistas, pero a la vez pícaras y con un sonido más acústico, de Canciones del solar de los aburridos, haciéndome saber que Willie Colón y Rubén Blades eran, además de unos talentosos creadores de canciones que hacían rumbear a mucha gente, dos caudillos sonoros que compartían un mensaje político claro, atractivo y, para mí, urgente y necesario.

Esto me llevó a recorrer toda la discografía del newyorikan Willie Colón con Lavoe, sus tres álbumes con Celia Cruz, su maravilloso disco con Ismael Miranda, la maravillosa producción con Soledad Bravo y, sobre todo, sus discos solistas en los que plasmaba una exuberante experimentación sonora que, a la vez, era callejera, sabrosa y sofisticada, es decir, el puro “sonido de Nueva York” potenciado con maravillosas versiones de temas brasileños, arreglos de cuerdas majestuosos, percusión bacanísima y unos trombones, como siempre, contundentes y polifónicos. Además, así algunos no estén de acuerdo, a mí me gusta la voz de Colón y considero que fue mejorando con los años.

Y, claro, también me sumergí en la propuesta artística, social y política del panameño Rubén Blades (con Seis del Solar, Son del Solar, Editus y Roberto Delgado, entre otros), la cual no solo miraba al barrio latino en Nueva York, sino a toda Latinoamérica con un sonido que, así algunos digan otra cosa, era bastante bailable y popular, pero que a la vez contaba con unas letras elaboradas y bastante precisas que transmitían la aguda percepción de un gran artista e intelectual sobre la situación social -y humana, individual y colectiva- de tantas gentes en tantos lugares del mundo.

Supe, por supuesto, que a pesar de vivir momentos de fuerte tensión, Blades y Colón continuaron encontrándose en algunos conciertos y que incluso grabaron un álbum en 1994 titulado Tras la tormenta, cuyo tema homónimo me encanta. Pero con el tiempo observé que lamentablemente llegaron fuertes desavenencias personales entre ambos, las cuales han quedado más que en evidencia por la forma diferente en que resultaron viendo el mundo, con Blades como un representante, en sus propias palabras, de “una izquierda coherente”, y con Colón dando un giro cada vez más claro -y sorprendente- hacia la extrema derecha. Esto se empezó a manifestar tímidamente cuando los dos artistas decidieron participar directamente en la política electoral, con Blades como candidato a la Presidencia de Panamá liderando el movimiento Papa Egoró (obtuvo el tercer lugar en las elecciones) y con Colón como candidato por el Partido Demócrata al Congreso Federal, obteniendo el 38 % de los votos, aunque sin resultar elegido.

Pero todo quedó aún más en evidencia con la reciente campaña presidencial en Estados Unidos, en la que Blades pidió no votar por Donald Trump, a quien denomina el “ogro anaranjado”, mientras que Colón se convirtió en un entusiasta republicano y seguidor de ese multimillonario y ultraderechista empresario convertido en presidente.

Claro que estas posturas sorprenden, sobre todo en el caso de Colón, pues ¿por qué el otrora rebelde y progresista artista se convirtió en un reaccionario que apoya a los grupos más conservadores de ese país y América Latina? ¿Por qué el talentoso músico que criticaba el apartheid social en el que le tocó crecer ahora niega que exista un racismo estructural en Estados Unidos?

¿Por qué el sensible nieto de puertorriqueños se opuso, con todo, a las marchas que, encabezadas por muchos artistas, buscaban tumbar al gobernador corrupto de Puerto Rico? ¿Por qué el activista que criticaba a la “mafia” musical de Miami, porque esta negaba la diversidad de orígenes de la salsa (para decir que es solo música cubana) y solo apoyaba a los que se alinearan con políticas de extrema derecha, resultó acusando de comunista a cualquiera que tenga una agenda progresista y liberal? ¿Por qué ese brillante músico que grabó obras maravillosas que daban cuenta de múltiples influencias y una mirada heterogénea del mundo se convirtió en un personaje que ve la realidad en blanco y negro?

¿Por qué ese genio que incorporó, como ningún otro, la música del Brasil en la salsa (versionando a otros genios, esos sí coherentes con un pensamiento de izquierda, como Chico Buarque y Caetano Veloso) y que clamaba por la unidad latinoamericana ahora apoya posibles intervenciones militares en América Latina? Mejor dicho, ¿qué le pasó al gran Willie Colón que terminó convertido en un amargado que apoya a los grupos más racistas, misóginos y clasistas del mundo?

¿Qué ocurrió con ese inolvidable creador que grabó Siembra, le cantó al “Tiburón” imperialista y se burló del “General” describiendo a esos dictadores militares en América Latina? En fin, ¿qué es lo que ocurre con aquellos que pasan de defender férreamente una causa militar en otra totalmente opuesta, como si buscaran huir de sí mismos, es decir, de lo que creían, lo que luchaban y soñaban? No sé, pero es lamentable que haya pasado. Total, nos queda su maravillosa música, que era mucho mejor en los tiempos en que no había sufrido esa conversión ideológica (y, por eso, les recomiendo el tema No, del Willie Colón de comienzos de los noventa).

En contraposición, algunos se han sorprendido al conocer la postura de Rubén Blades (y me sorprende que se sorprendan), el artista, intelectual y abogado que ha actuado como funcionario público de alto nivel en su país y cuenta con una maestría en Harvard (y muchas cosas más), lo cual le da peso para opinar sobre algo que, como residente en EE. UU., latinoamericano y persona consciente y crítica del mundo en el que vive, le afecta bastante.

Pareciera que algunos de los que lo critican jamás hubieran oído sus canciones, pues olvidaron que denunció el imperialismo del “Tiburón” gringo que se metía en Centroamérica cada vez que podía, así como protestó por las torturas y los asesinatos en los regímenes políticos autoritarios que había en el continente. También, al parecer, no sabían que Blades ha atacado el racismo estructural de la sociedad y que por eso aplaudió cuando “Ligia Elena” se marchó feliz con su trompetista. Y, por supuesto, olvidaron que Blades le hizo un sentido homenaje al sacerdote Arnulfo Romero, quien denunció las violaciones de derechos humanos en Salvador, al tiempo que nos hablaba de los desaparecidos y nos decía vehementemente: “Prohibido olvidar”. Pero, además, no tuvieron en cuenta que el panameño ha planteado en uno de sus más recientes discos la tremenda contradicción (el doble rasero) del gobierno de Estados Unidos que bloquea a Cuba, pero hace negocios con la China manejada por el Partido Comunista (al respecto, oigan el tema Parrhesia).

En ese sentido, es diciente que la música de Colón, que antes era rebelde, contestataria, creativa y original (sigue siendo mi salsero favorito), se haya vuelto predecible, acomodada y conservadora, lo cual refleja, por supuesto, su cambio en la manera de concebir al mundo. Por el contrario, si bien Blades es ahora más políticamente correcto que antes (en El nacimiento de Ramiro no dice “marica”, sino “indeciso” y no sé por qué), su obra continúa expresando complejidad y ruptura de algunos esquemas cuadriculados buscando nuevos sonidos y colaboraciones con artistas de diferentes géneros (eso sí, con irregulares resultados, aunque el riesgo vale la pena).

Todo esto me hace creer que aquellos que solo tienen una visión dual de la realidad, es decir, que asumen que todo es blanco o negro (o capitalista o comunista) y que tienen una limitada, simplista, maniquea e ignorante visión del mundo, manifiestan, además, una evidente nostalgia (seguramente inconsciente) por tener detrás (o encima) a un líder autoritario que les diga siempre lo que tienen que hacer. Rubén Blades, como ciudadano del mundo, como persona consciente y preparada, como representante de una postura progresista y liberal, y como un brillante cantautor que ha dejado ver un punto de vista bastante sólido, no solo en sus canciones, sino en sus declaraciones públicas (como Chico Buarque, como Caetano y como tantos otros), sabe muy bien en qué lugar se encuentra, así algunos de los que bailan sus canciones no lo terminen de entender.

Por el contrario, Willie Colón, el gran Willie Colón, aparentemente olvidó de dónde vino, pues su posición ultraconservadora, la negación del racismo estructural en su país (el nació en South Bronx, NY), sus críticas a las movilizaciones que, en Puerto Rico (su patria ancestral), hicieron renunciar al corrupto gobernador, y sus declaraciones públicas apoyando a un personaje que, abiertamente, ha expresado su desprecio por los países (estos “países de mierda”) y las personas de América Latina, sorprenden y entristecen. Seguramente ha estado viendo mucho FOX News y, por supuesto, se metió en la idea de que el fracaso del chavismo en Venezuela es un ejemplo para pensar que solamente la ultraderecha es el camino más efectivo, al menos, para que nada cambie (y debe estar, a la fija, gritando que hubo fraude a favor de Biden).

Lo más triste es que la forma opuesta de ver el mundo que tienen estos dos notables creadores, además de los conflictos personales que incluso llevaron a demandas y ataques por las redes sociales, evidencian que el sueño de ver otra vez juntos a Rubén Blades y Willie Colón (en los estudios y los escenarios) jamás se podrá hacer realidad (de hecho, traté de ponerlos a hablar y como a las dos horas Colón me bloqueó de sus redes sociales -que iluso yo-).

Por todo, en estos tiempos de polarización, fake news, campañas de desinformación y radicalismos alentados por una burbuja que las redes sociales -y unos medios de comunicación tradicionales con claros intereses particulares- ayudan a inflar, es que valdría la pena volver a oír las canciones que Willie y Rubén grabaron hace 40 o 30 años, pues de pronto algunos se podrán acordar de algo que, al parecer, hace mucho tiempo se les olvidó (prohibido olvidar, vale la pena volverlo a decir).

Al menos Willie Colón debería hacerlo, porque nadie mejor que él (con excepción de Rubén Blades) sabe que “se ven las caras, pero nunca el corazón”.

* Petrit Baquero es historiador y politólogo, músico y melómano. Autor de los libros “El ABC de la mafia”. “Radiografía del cartel de Medellín” (Planeta, 2012) y “La nueva guerra verde” (Planeta, 2017).

Petrit Baquero * / Especial para El Espectador

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *